viernes, 17 de julio de 2015

«El recuerdo de mi abuela y la Romería»



Me levanté entusiasmada. Cualquier del día del año refunfuñaba por madrugar, cualquier día excepto el de la Romería. Desayuné lo más deprisa que pude y me vestí con la ropa que debía llevar.

María, es tarde, — indicó mi madre—, está la abuela esperándote abajo.
 
Bajé las escaleras de casa corriendo y allí me encontré con mi abuela, vestida con la ropa de la Romería y perfectamente arreglada, como todos los años. Le di la mano y bajamos hasta la plaza. Allí nos encontramos con nuestra carreta, y bajamos bailando y cantando hasta la Herrería. Al llegar al campo, recogí unas cuantas flores. Entonces cogí a mi abuela de la mano y la llevé hasta la ermita. Cuando llegamos, la sonreí y ofrecimos a la Virgen las flores. A continuación rezamos a la Virgen de Gracia.
 
Aquel día había sido bastante largo. Habíamos bailado, comido y reído hasta no poder más. Llegamos a casa tardísimo. Mi abuela me llevó hasta casa, me tumbó y me tapó. Me contó un cuento y me dormí tomando su mano. Esa fue mi última Romería al lado de mi queridísima abuela. Mi corazón sufrió un vuelco al enterarme de su grave enfermedad. Solo disfruté de mi dulce protectora tan solo un par de meses más; ¡Mi Virgencita de Gracia, cuídamela!
 
Los años han pasado, y ahora soy yo la que acompaña a mi amadísima nieta. Los ojos se empañan de lágrimas cuando juntas y cogidas de la mano rezamos a la Virgen de Gracia en aquella acogedora ermita. Allí veo, en mi mente, el reflejo, aún infantil, de mi queridísima abuela. Y en este momento de máxima felicidad, rezo por ella a mi virgen y pido, con todo mi corazón, por mi nietecilla: ¡No nos abandones nunca, Madre Mía!